En Barcelona ya ha comenzado la época de lluvias. Aunque el volumen de precipitaciones no se acerca ni de lejos al de mi tierra, para los locales cuatro gotas son sinónimo de hecatombe. El otro día dejé la bici y fui caminando al trabajo porque el cielo anunciaba tormenta y a mi paso por una zona ajardinada comenzó a llover. Fue entonces cuando, después de un seco verano, volví a percibir el aroma de la lluvia: el petricor.
Este peculiar olor, que a muchas personas les resulta evocador, se debe a unas bacterias que viven en el suelo: los actinomicetos. Estos microorganismos son importantísimos, ya que descomponen la materia orgánica de la tierra y renuevan sus nutrientes. Los actinomicetos fabrican una sustancia volátil llamada geosmina, que es la responsable de ese aroma característico.

Cuando las gotas de agua se ponen en contacto con la tierra después de un periodo de sequía, este compuesto es liberado a la atmósfera. Científicos del prestigioso MIT han sido capaces de grabarlo en vídeo:
Pero el petricor no se debe sólo a la geosmina. También los aceites de algunas plantas y el ozono creado en las tormentas están involucrados. Seguramente después de leer esto los pluviófilos os estéis frotando las manos pensando en el “Eau de Petricor” que os vais a fabricar en casa. Siento mucho deciros que no es tarea fácil, pues hay más de 50 sustancias implicadas en el fenómeno. Yo que vosotros le dejaría a la naturaleza lo que es de la naturaleza y me dedicaría a dar poéticos paseos bajo la lluvia.


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