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Especial DISCOTEQUE WRECK


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En la pista de baile hay mucha ciencia. Consumimos sustancias, ya sea en polvo, pastillas, fumadas, inhaladas o en forma de bebidas energéticas y alcohol, que alteran la química y la fisiología de nuestro cerebro. Sentimos las ondas sonoras retumbar en cada rincón de nuestro cuerpo llevándonos hacia el éxtasis. Vivimos experiencias extrasensoriales con láseres y luces estroboscópicas.

En la pista de baile hay muuuuucha ciencia (Fuente)

Interactuamos con personas que nos disparan la síntesis de todo tipo de hormonas y neurorreceptores. Y nuestro sistema locomotor se zarandea como si no hubiera un mañana. El baile es un ritual sagrado que se practica en la discoteca y que nos conecta a través del movimiento como si fuéramos un solo ser. Porque, como animales sociales que somos, lo que mejor se nos da es imitar.

Ay, qué pena que ahora me dé tanta pereza ir a discotecas, con lo que yo he sido (Fuente)

House, máquina, perreo, salsa, la bisbivuelta, ‘100 gaviotas’ (dónde irán) … qué más da. Cuando nos encontramos en un lugar repleto de gente y suena la música, ocurre lo evitable. Primero se nos va la pierna, luego la cadera, el cuello, los brazos… ¡Es como un virus! En muy poquito tiempo nos sincronizamos, moviéndonos en sintonía como si fuéramos un enjambre de abejas, un banco de peces o una bandada de estorninos.

Esto no es ningún misterio, por supuesto, todo el mundo lo ha experimentado de algún modo u otro, pero lo que no sabíamos es por qué ocurría. Hasta el año pasado. Para averiguarlo, un grupo del Istituto Italiano di Tecnologia liderado por el neurocientífico Giacomo Novembre (Juan Noviembre para los colegas) convirtió uno de sus laboratorios en una discoteca: invitaron a 70 personas, les dieron auriculares inalámbricos para que escucharan temazos como Freed from desire, Show me love o Thriller y grabaron cada uno de sus movimientos. A veces, bailaban mirando a su pareja mientras escuchaban la misma canción; otras, lo hacían escuchando canciones distintas; en otros momentos, aunque escucharan el mismo hit no podían ver a su pareja, y en otros, ni escuchaban la misma canción ni veían a su pareja.

Menudo temaso, coleguis (Fuente)

Cuentan los científicos que algunos participantes estaban motivadísimos, ¡como si realmente estuvieran de farra! Tras analizar un porrón de datos con ayuda de la IA, concluyeron que la sincronía se producía tanto a través de la música como por la observación de las parejas, pero los patrones geométricos de los movimientos eran distintos. Algunas partes del cuerpo, como la cabeza o el tronco, seguían el ritmo de la música, pero las manos o los desplazamientos laterales se coordinaban con los movimientos de la pareja. Y luego estaba el rebote vertical (el saltito de toda la vida), que actuaba como un metrónomo universal conectando ambas cosas.

Estudiar la ciencia del baile sirve para algo más que echarse unas risas, ¿o qué os pensábais? (Fuente)

Seguro que tras leer esto te estarás preguntando para qué carajo se gasta el gobierno italiano un dineral en investigar movimientos de baile, ¿verdad? Relaja, que en ciencia todo el conocimiento que se adquiere es importante. Este tipo de hallazgos pueden servir para mejorar terapias de movimiento en personas con Parkinson o autismo, diseñar robots más sociales, comprender mejor el comportamiento colectivo humano o inspirar nuevos algoritmos que tomen decisiones distribuidas y coordinadas. No está mal, ¿no? Quién te iba a decir a ti que unos cuantos italianos bailando podían enseñarnos tanto sobre cerebros, máquinas y maneras de relacionarnos en comunidad.


Artículo publicado en El Lamonatorio para El Mono revista cultural (El Mono #140):

*Fuente de la imagen de portada

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