La humanidad lleva milenios tatuándose la piel. Ötzi, el cazador del Neolítico de 5.300 años de antigüedad que apareció congelado en la frontera entre Austria e Italia, tenía tatuadas las rodillas y la espalda. Seguramente sus antecesores también se inyectaban tinta en la piel con fines rituales, estéticos o identitarios. Unos fines que no difieren para nada de los actuales.

Los tatuajes no existirían si no fuera por nuestro sistema inmunitario, esa intrincada red de células, tejidos y órganos que nos protege de las infecciones. Explico por qué. Para hacer un tatuaje primero se carga tinta en una aguja, esta perfora la piel, sale, y en ese momento la tinta penetra por la herida hasta la dermis.

Esta capa de la piel se encuentra entre la epidermis, la capa externa que hace las veces de barrera, y la hipodermis, la capa más profunda, que contiene sobre todo células grasas. En la dermis hay fibras nerviosas, glándulas sudoríparas, folículos pilosos y vasos sanguíneos y linfáticos. A través de los vasos llegarán los responsables de fijar la tinta del tatuaje: los macrófagos.

Y es que la herida que generamos emite una señal de alarma, provocando que diversos tipos de glóbulos blancos acudan a poner orden. Entre ellos, los macrófagos, que engullen todo lo que se cruza en su camino, ya sean bacterias, virus… o tinta. Pero como no saben digerirla, se les queda dentro. Así, los macrófagos se verán del color de la tinta que devoran con tanta avidez. Cuando un macrófago muere, se desintegra y suelta la tinta, que será ingerida por otro macrófago. De este modo, un tatuaje puede mantenerse en la piel ad aeternum.

La ciencia lleva mucho tiempo investigando, y bien que hace, si todo esto puede tener consecuencias para la salud… Y algunas tiene. Está comprobado que ciertas tintas, sobre todo las rojas, pueden generar reacciones alérgicas. Además, tatuarse comporta riesgo de infecciones, ya que se hace una herida en la piel. Por eso es fundamental acudir a un centro que emplee materiales autorizados y esterilizados y garantice buenas prácticas de higiene. Que no te tatúes en la bajera de tu primo, vaya. Y para evitar infecciones, también deberías cuidar al máximo la zona tatuada. Nada de irte a una rave en chanclas después de tatuarte el empeine.
Sobre la conexión entre tatuajes y enfermedades graves comoel cáncer, todavía no hay evidencias sólidas. Que no te ofusquen los titulares sensacionalistas. Lo que sí sabemos es que cuando un macrófago muere, parte de la tinta puede colarse por los vasos linfáticos antes de ser ingerida por otro colega y llegar a los ganglios, pero aún no se ha demostrado que esto tenga efectos nocivos. Es más, sabemos que el pueblo maorí, que se tatúa hasta el 80% del cuerpo con tinta negra, basada en el carbón, y, por tanto, potencialmente cancerígena, no muestra una mayor incidencia de cáncer que otras poblaciones.

¿Debemos seguir estudiando los efectos de los tatuajes en la salud? Por supuesto. Yo misma me presento voluntaria. Pero antes de sucumbir al alarmismo, recuerda que lo que la ciencia ha evidenciado es que beber cualquier cantidad de alcohol aumenta el riesgo de desarrollar varios tipos de cáncer. Cada cual que haga lo que quiera con su cuerpo, pero mejor que lo haga informándose de las posibles consecuencias. Por lo tanto, si este año vas al Sónar, Resurrection Fest, FIB o Monegros, debes saber que tu dinero financiará el genocidio en Gaza. Tú decides.
Artículo publicado en El Lamonatorio para El Mono revista cultural (El Mono #138):

*Fuente de la foto de portada

Deja un comentario