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Especial DAME VENENO


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La frase más popular del médico y alquimista suizo Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, a.k.a. Paracelso, viene a decir que las sustancias no son venenosas per se, sino que el veneno está en la dosis. Una mijita de arsénico, meh, pero si llegamos a cierta concentración, la cosa se pone seria. Algo de razón tenía el hombre, pero el tiempo y la bioquímica han demostrado que las cosas son un poquito más complejas.

El amigo Paracelso pintado por Quinten Massys (Fuente)

Y que a veces, cuando la concentración de una sustancia cambia, también lo hace su estructura físico-química, otorgándole propiedades completamente distintas. La ciencia es así, una ruptura de paradigma tras otra. La humanidad se tira siglos pensando que el Sol gira alrededor de la Tierra y de repente, ¡zas! Llega un monje polaco con un montón de fórmulas matemáticas y demuestra que es al revés. Jaque mate, Ptolomeo.

Pero volvamos a los venenos. ¿Es el trabajo un veneno? Puede que lo sea. Para empezar, si trabajas en exceso y sin un buen plan de prevención de riesgos laborales, literalmente te puedes morir trabajando. Decidme si hay algo más triste que morir mientras se trabaja o a consecuencia del trabajo. Pues en el ámbito científico tenemos ejemplos de esto para dar y regalar. Marie Curie se pasaba el día toqueteando materiales radiactivos o rodeada de ellos. La tía iba de aquí para allá con tubitos de radio en los bolsillos.

El Pantéon de París alberga los féretros de Pierre y Marie Curie, recubiertos con plomo (Fuente)

Murió por una anemia aplásica (un cáncer de la sangre) y la tuvieron que enterrar en un ataúd revestido de plomo para bloquear la radiactividad que emanaba de su cuerpo. Su hija Irène, otra gran científica, murió de una leucemia provocada por su exposición al polonio y los rayos X. Otra increíble científica que encontró la muerte en el trabajo fue la primatóloga Dian Fossey, a la que dio vida la gran Sigourney Weaver en “Gorilas en la niebla”. Spoiler: la asesinaron a machetazos, aunque a día de hoy sigue sin saberse si por defender a los gorilas de montaña de los furtivos o por celos profesionales. Curro y muerte, al fin y al cabo.

He aquí otra tumba de una gran científica: la de Dian Fossey, en Ruanda, donde fue asesinada (Fuente)

La temeridad y la adicción al trabajo también han provocado el fallecimiento de muchos compañeros. Alexander Bogdanov, médico, filósofo y escritor de ciencia ficción soviético, pensaba que recibir transfusiones de sangre alargaba la vida. Convenció a la mismísima hermana de Lenin para participar en sus experimentos. Después de someterse a más de una decena de transfusiones, murió a causa de complicaciones derivadas de una de ellas. Pero no os quedéis solo con esto. Más allá de sus ansias de eterna juventud, que tan bien retrataron Meryl Streep y Goldie Hawn en “La muerte os sienta tan bien”, Bogdanov fue un pionero de las transfusiones sanguíneas y se le atribuyen importantes avances.

Alexander Bogdanov, todo un galán, ¿verdad? Quizá las transfusiones sí que le hicieron efecto rejuvenecedor (Fuente)

Otro científico ruso que murió a causa de su trabajo, esta vez envenenado por la sustancia que investigaba, fue Andrei Zheleznyakov. Un día hubo un problema de ventilación en el laboratorio (dónde esta PRL cuando se necesita) e inhaló Novichok, un compuesto que ataca al sistema nervioso. La URSS desarrolló potentísimas armas químicas durante la Guerra Fría, y la que acabó con la vida de Zheleznyakov fue una de ellas. Un minuto de exposición bastó para dejarle terribles secuelas, que le llevaron a criar malvas pocos años después. Investigar venenos es lo que tiene.

Un ejemplo del agente nervioso Novichok (Fuente)

La lista de científicos que han fenecido a causa de su labor profesional es interminable: el ingeniero Max Valier murió en la explosión de un cohete, el ornitólogo John Cassin se envenenó con el arsénico que revestía los especímenes disecados que estudiaba, Harry Daghlian y Louis Slotin fallecieron tras trabajar en el Proyecto Manhattan a causa de la radiactividad…

El temerario Max Valier en uno de sus prototipos de cochete (Fuente)

Y así podríamos pasarnos días. Yo creo que el mensaje es muy claro: el trabajo no dignifica, mata. Recuerda que no heredarás la empresa (a no ser que la empresa sea de tu familia), así que intenta disfrutar de la vida en la medida de lo posible. Como decía aquel sabio puertorriqueño: «Vivir, vivir, la-la-la-la-la».


Artículo publicado en El Lamonatorio para El Mono revista cultural (El Mono #137):

*Fuente de la foto de portada

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