Vincent Zigas nació en Tallín (Estonia) en 1920 y estudió medicina en diversas universidades europeas. Se le daban muy bien los idiomas y le gustaba viajar, así que en 1948 se marchó a Australia para poco después aterrizar en Papúa Nueva Guinea, que por aquel entonces seguía colonizada por el país de los canguros. Zigas era el único médico que atendía a las tribus de una región al este de la isla, e inmediatamente comenzó a escuchar rumores sobre una macabra enfermedad letal que afectaba a las personas de la tribu Fore.

Los nativos la llamaban kuru, que en su idioma quería decir “temblar”. Quien padecía esta dolencia desarrollaba diversos síntomas, como temblores, descoordinación motora o problemas con el habla, pero el más llamativo era una risa frenética e incontrolable. Así pues, Zigas se encontró con un panorama bastante desolador, rodeado de selva y de gente con costumbres muy distintas a la suya y siendo testigo de la degeneración física y cognitiva de decenas de sus vecinos sin motivo aparente.

Pero llegó Carleton Gajdusek y todo cambió. No se sabe por qué razón viajó a la región, pero el caso es que este médico estadounidense se unió a Zigas en territorio Fore y ambos empezaron a investigar la extraña enfermedad de la risa macabra. Realizaron autopsias, probaron tratamientos y describieron el kuru con detalle, pero no conseguían dar con el origen y la transmisión. ¿Sería genética o infecciosa? Finalmente comprendieron que la clave estaba en una práctica ancestral que los Fore habían conservado hasta la época: la antropofagia.
Como os conté en el especial “Lo Macabro”, la tribu Fore es uno de los grupos humanos que se resistía a abandonar los rituales caníbales heredados de los primeros homínidos, y cuando Zigas y Gajdusek llegaron a Papúa, aún era habitual que se comieran porciones de sus familiares muertos en rituales de duelo, incluido el tejido cerebral, consumido principalmente por mujeres y niños. Comer cerebros humanos cual zombis les estaba pasando factura, pues la enfermedad era más prevalente en estos dos grupos de población.

Aunque el canibalismo cesó poco después, aún hubo casos de kuru entre los Fore durante años, ya que la enfermedad tenía un periodo de incubación muy largo, ¡incluso de medio siglo! Y si hablo de periodo de incubación estoy dando a entender que la enfermedad es, en efecto, infecciosa. Gajdusek quiso probarlo y para ello se llevó tejido cerebral infectado a su laboratorio y lo inyectó en chimpancés.

Los pobres monetes desarrollaron kuru validando la hipótesis del investigador, lo que le valió el Premio Nobel en Medicina en 1976. Pero, ¿qué causaba el kuru? ¿Una bacteria? ¿Un hongo? ¿Un virus,quizá? Nada de eso. El investigador Stanley Prusiner descubrió que el agente que originaba la patología era algo totalmente desconocido, casi extraterrestre: se trataba de una proteína que tenía la capacidad de infectar transmitiendo su plegamiento erróneo a otras proteínas cerebrales, causando neurodegeneración. Estas proteínas o priones son responsables de la enfermedad de las vacas locas, la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob (su variante humana) o el insomnio fatal, una enfermedad muy rara y mortal inusualmente prevalente en Álava.

Si Zigas y Gajdusek no se hubieran interesado por la extraña enfermedad de la risa macabra que mataba lenta y cruelmente a sus convecinos en Papúa Nueva Guinea, probablemente no habríamos sabido parar a tiempo la enfermedad de las vacas locas y no tendríamos a día de hoy el conocimiento que tenemos sobre neurodegeneración y encefalopatías. Habrá que dar las gracias a Gajdusek por ello, aunque en 1997 fuera condenado por pederastia. Él mismo admitió en el juicio que había abusado sexualmente de un menor que se llevó a Estados Unidos desde Micronesia cuando investigaba el kuru. Supongo que este final no os lo esperabais. Creedme, yo tampoco. Not all men, pero de algún modo always a man. No dan ganas de reírse ni un poquito.

Artículo publicado en El Lamonatorio para El Mono revista cultural (El Mono #130):

*Fuente de la foto de portada

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