Andalucía se está convirtiendo en un desierto y parte de la culpa la tiene el brunch. En los últimos años ha habido un auge de locales cuquis que anuncian una cocina “bio”, “veggie”, “plant based” (aunque casi todos sus platos tengan beicon, salmón o huevos), y que sirven el almuerzo a guiris y no tan guiris en Barcelona o Madrid. Aunque no sea el único factor, la fiebre del brunch ha favorecido una modificación de nuestros hábitos alimentarios, hasta el punto de normalizar el consumo de productos que hace una década eran exóticos.

¿O acaso comíais aguacates o mangos cuando erais txikis? Yo no probé estas frutas hasta bien entrada la veintena. Hace unos cuarenta años, unos señores decidieron implantar estos cultivos en España para exportar el producto a Europa del norte. Los guiris gustaban mucho de los platos típicos del brunch. Como os contaba, con el tiempo la demanda también creció aquí, así que el negocio les salió redondo.

Todo el mundo sabe que en la Península Ibérica no hay clima subtropical y que el mango y el aguacate no son frutas oriundas de estos lares. Como la demanda de agua de estos cultivos es tan alta y cada vez se plantan más hectáreas, los riegos ilegales están a la orden del día, al igual que ocurre en Doñana con la fresa. Los cultivos subtropicales están secando embalses y acuíferos en muchas zonas de España. En la provincia de Málaga, por ejemplo, estos cultivos se extienden por comarcas como la Axarquía o el Valle del Guadalhorce. Esta última, por cierto, es la tierra de mis ancestras.

Como decía La Niña de los Peines, si quieres que te quiera dame doblones, que son monedas que alegran los corazones. Las comercializadoras y muchos productores se han hecho de oro con estos cultivos. La cooperativa Trops, por nombrar una, comercializa el 40% del aguacate y el 50% del mango en el Estado, facturando muchos millones de euros al año. Si antes las instituciones andaluzas enarbolaban la bandera del aceite de oliva, el oro amarillo, ahora el oro es verde y anaranjado. Una planta originaria de México y otra de origen asiático han ocupado las tierras de olivares y viñedos. El olivo y la vid se cultivan en la Cuenca Mediterránea desde hace miles de años, por lo que están perfectamente adaptados al clima y al suelo. Pero con sus nuevas vecinas no ocurre lo mismo.

En 2020 la situación ya era insostenible. El pantano de La Viñuela, que abastece a la Axarquía, estaba al 28% de su capacidad. El año anterior estaba al 32% y la media de los diez años anteriores era del 57%. El resto de pantanos malagueños estaban por encima del 50%. Blanco y en botella: el riego desenfrenado estaba secando La Viñuela. Imagino que no hace falta que os explique cómo están las cosas en 2024. Solo os diré que los regantes piden a la Junta de Andalucía que invierta en infraestructuras para transportar agua de otros lugares.

Vamos, que se hagan trasvases de agua para que ellos puedan mantener sus cultivos subtropicales en una zona de clima mediterráneo y en plena crisis climática. Estos señores viven claramente en una realidad paralela. Como Collboni, ilustrísimo alcalde de la ciudad que habito, que dice que la sequía no afectará a la temporada turística.

Moraleja: dejad el brunch, el poké y el guacamole para ocasiones especiales. Echad mano del producto de la huerta navarra y comed de fundamento. Espero no ver nunca cultivos de papaya y chirimoya en el reino del espárrago y la alcachofa.

Artículo publicado en El Lamonatorio para El Mono revista cultural (El Mono #123):