
Sé que os gustaría creer que los pitonisos pueden adivinar el futuro, porque así os podrían chivar el número ganador de la Lotería de Navidad y podríais mandar a freír espárragos a vuestro jefe el dictador. Es una pena pero los pitonisos son unos estafadores, igual que la gente que vende sus productos o consultas a doblón diciendo que pueden curar lo incurable. Más allá del rollo este de los adivinos del tres al cuarto, es cierto que algunas personas, ya sea porque han leído mucho o porque tienen una imaginación bestial, han sido capaces de adelantar o predecir acontecimientos relacionados con el desarrollo tecnológico que ríete tú de Rappel y Esperanza Gracia.

Julio Verne — no sé por qué nos empeñamos en llamarle Julio en vez de Jules cuando es gabacho, pero bueno — fue uno de esos tipos con una intuición especial. En su novela “20.000 leguas de viaje submarino”, publicada en 1870, Verne ya describía el submarino eléctrico Nautilus, pero el primer submarino de este tipo fue construido por el teniente de navío de la Armada Española Isaac Peral casi 20 años después, en 1888.
Julio Verne tenía una cultura científica alucinante y estaba al tanto de los últimos avances tecnológicos, así que el submarino no fue la única innovación o hito que imaginó. También anticipó la fotografía submarina, Internet, el primer paseo del ser humano por la Luna, las expediciones polares… Incluso el reloj de pulsera.

Pero Verne no ha sido ni mucho menos el único visionario. La ciencia ficción — que como bien dijo el otro día el jefe de todo esto debería llamarse “ficción científica”; si el término lo hubiera traducido en su día la de Discalculia otro gallo cantaría — siempre ha sido una gran fuente de inspiración para la ciencia, del mismo modo que este género ha bebido del saber científico para fascinarnos con sus historias. El físico Leo Szilard, que trabajó en el Proyecto Manhattan, acreditó al gran H. G. Wells por la idea de la reacción nuclear en cadena que dio lugar a la bomba atómica. En el episodio piloto de Star Trek, emitido en 1966, aparecía un comunicador muy parecido al primer teléfono móvil, pero Motorola no sacó al mercado el DynaTAC 8000x hasta 1984.
En 2012 la gente lloró, gritó y se desmayó de la emoción cuando el holograma del difunto 2Pac apareció en Coachella junto a Dr. Dre y Snoop Dogg. Aunque el primer holograma se creó en 1962 todavía no hemos podido enviar mensajes a través de ellos, como aquella llamada de socorro que envió Leia a Obi-Wan Kenobi en Star Wars a través de R2D2. Estamos tecnológicamente cerca de lograrlo, eso sí. A lo mejor conseguimos pronto enviar un holograma picante a nuestra pareja, si la COVID-19 o un patinete eléctrico no nos mandan a la tumba antes.
Muchos son los autores y autoras que han inspirado a las mentes más inquietas de la ciencia: Isaac Asimov y la robótica, Mary Shelley y la biónica, Ray Bradbury y la conquista de Marte, Arthur C. Clarke y la inteligencia artificial… Ahora queda por ver si las obras actuales de ficción científica aciertan con sus predicciones. ¿No os fliparía ver una roca negra ovalada gigante sobre la Rotxa y entrar en ella para hablar en heptápodo con los extraterrestres y que os muestren vuestro futuro? Ojalá Ted Chiang no se equivoque con esto.

Artículo publicado en El Lamonatorio para El Mono revista cultural (El Mono #89)

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