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Especial BODAS Y DIVORCIOS


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Yo siempre digo que no me pienso casar. Lo tengo claro desde que era una cría y raro será que ahora, a mis …, sucumba a uno de los ritos culturales más antiguos de la humanidad. Hasta el día de hoy me ha tocado acudir a decenas de bodas de amistades y familiares, me he dejado mis correspondientes cuartos — demonios, qué ruina — y he deseado cortarme los pies en demasiadas ocasiones hasta que decidí no volver a llevar tacones nunca más. No sabéis lo bien que se baila en zapatillas.

A lo largo de la historia el tema del matrimonio ha dado para unas cuantas telenovelas latinoamericanas. Los casamientos se han empleado para poner en marcha estrategias políticas y económicas entre familias pudientes, sobre todo entre miembros de la realeza. ¿Y qué tiene que ver todo esto, diréis, con la ciencia? Pues muy sencillo: la transmisión de enfermedades genéticas. La endogamia en las familias reales, tanto europeas como africanas o asiáticas, ha desembocado en la perpetuación de un sinfín de defectos genéticos a lo largo de los siglos, enfermedades que siguen manifestándose en algunos de sus miembros en la actualidad.

Un caso extremo es el de la Casa de Austria (los Habsburgo), una dinastía que reinó en España durante 200 años. Se casaban entre hermanos, padres con hijas… Y eso pasa factura. Pongamos a Carlos II, por ejemplo. Lo llamaban el “El Hechizado” porque parecía que estaba más en la luna que otra cosa. Murió a los 38 años.

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El Hechizado no estaba muy lúcido que digamos (Fuente)

Su coeficiente de consanguinidad era de 0,25, es decir que el 25% de sus genes estaban repetidos, porque había recibido la misma copia de su padre y de su madre, que eran tío y sobrina. El pobre padecía, entre otras dolencias, el síndrome de Klinefelter. Esta afección genética se produce cuando un niño nace con una copia extra del cromosoma X, por lo que en vez de XY será XXY. Esto da lugar a numerosas alteraciones en los caracteres sexuales (testículos y pene pequeños, poca masa muscular, poco vello, mamas aumentadas), aunque los síntomas son múltiples y difieren mucho de un individuo a otro. Carlos II era estéril y no pudo dar un heredero.

La esperanza de vida de los Habsburgo era muy corta. Felipe II dejó embarazadas a sus esposas hasta en 15 ocasiones, pero solo 4 de los pequeños sobrevivieron a la niñez. La carga de defectos genéticos era excesiva. Uno de los hijos supervivientes de Felipe II, Don Carlos, fue un príncipe sádico que disfrutaba torturando a animales y empleados y que conspiró con matar a su propio padre. Sufría fiebres y delirios y vete tú a saber qué más. ¡Solo tenía 6 tatarabuelos! En aquel entonces no se sabía ni de genes, ni de mutaciones, ni de secuenciaciones, y muchas de las patologías se achacaban a locuras, maleficios y castigos divinos.

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Don Carlos era un pieza de cuidado, con tendencias sádicas y fuertes ataques de ira se(Fuente)

Lo que se hubieran ahorrado las casas reales si Mendel hubiera descubierto la herencia genética unos siglos antes. Seguramente habrían pasado de casarse entre hermanos y primos y los Austrias, los Hannover o los Borbones no habrían transmitido decenas de defectos genéticos a su descendida. Menos mal que los que nos reinan ahora son más listos y hace un tiempo que empezaron a diversificar sus genomas. Eso sí, pena del joven Froilán, que parece haber heredado casi todo lo que estaba mal en las cadenas de ADN de sus antepasados. La vida, que es una tómbola genética.

Artículo publicado en El Lamonatorio para El Mono revista cultural (El Mono #71)

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*Imagen de portada: GoT Fandom

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