No quería empezar el artículo con «Vivimos en la era de la posverdad…» porque he de deciros que hasta hace nada no tenía muy claro qué carajo era eso de la posverdad — ¿pero qué va después de la verdad? ¿Cuenca? —. Aunque si en realidad significa lo que me explicó la frutera el otro día, no tengo mejor manera de comenzar este especial ALARMA SOCIAL.

Y es que es cierto que estamos inmersos en una era de posverdad. Nos encontramos en plena involución, camino al Paleolítico. Y ojo, que ni siquiera digo al Neolítico, cuando modificábamos plantas y sembrábamos la tierra para poder comer. Al parecer todo lo que sea alterar nuestro entorno es satanás. Hay que consumir comida “natural”, “sin químicos”, “ecológica” y “biológica” ya que «los casos de cáncer se están disparando porque nos están envenenando». Pues mire, señora, ni una manzana obtenida a través de la agricultura ecológica es natural — siento decirle que ha sido creada por el ser humano mediante selección artificial, como su perro — ni tampoco es más sana que cualquier otra manzana. Que lo dicen los estudios, no yo. A mí no me paga Monsanto, que Monsanto no existe ya, hombre, ahora es Bayer. Y por desgracia Bayer tampoco me paga, si no aquí iba a estar escribiendo para esta revista.

En España vivimos muchísimo en la posverdad. Miguel Ángel Revilla nos muestra cual Houdini cómo trasladar leche de la ubre de una vaca a nuestro estómago. Porque Miguel Ángel Revilla piensa que listeriosis o brucelosis son nombres de vacas. También tenemos famosetes y grupos de padres y madres que no vacunan a su prole y además alardean de ello, mientras en el mundo los casos de sarampión crecen como la espuma. Maravilloso. Siguiendo los pasos de Gwyneth Paltrow y Victoria Beckham, muchas celebrities patrias se han sumado a la moda del gluten-free para desgracia de las personas celíacas, que ven cómo se utiliza su enfermedad — que es bastante grave — para crear tendencias alimentarias sin sentido que confunden a la población y enriquecen a ciertas marcas alimentarias.

Lo mismo ocurre con los llamados superalimentos — kale, kimchi, quinua, bayas de Goji — que muchas personas emplean como sustitutivos de los medicamentos pensando que si los ingieren van a vivir 200 años. No, queridos/as, vais a morir más jóvenes que el resto porque en pocos años seréis pobres como ratas por comprar tantos superalimentos. Y no hablemos del terror al aceite de palma y del etiquetado tan desternillante que se ha desarrollado a raíz de esta alarma social. Para mear y no echar gota.

Hablando de posverdad patria, hace un mes se celebró el Primer Encuentro de la Tierra Plana en Barcelona y se agotaron las entradas. A mí me da la vida la cantidad de memes surgidos a raíz del terraplanismo. No todo lo conspiranoico iba a ser malo. Los terraplanistas suelen congeniar con la gente que defiende que jamás llegamos a la Luna y que nos fumigan desde el cielo con chemtrails. A estos últimos, como a los que pregonan que nos echan no sé qué veneno en la comida, siempre les pregunto que si piensan que esas personas malignas son realmente seres humanos y si viven en nuestro planeta. Porque claro, el aire lo respira todo hijo de vecino y la comida la ingerimos todos también. ¿Serán seres mutantes inmunes a los químicos que nos arrojan? ¿Vivirán en naves espaciales desde las cuales nos fumigan librándose así de sus efectos nocivos? Entonces me doy cuenta de que tengo una buena historia para escribir una novela de ciencia ficción y hacerme rica y les abrazo muy fuerte mientras les dejo viendo Cuarto milenio.

Artículo publicado en El Lamonatorio para El Mono revista cultural (El Mono #70)

*Imagen de portada: Wikipedia.