Cuando murió Malcolm Young, fundador y guitarrista de AC/DC, recordé en mi blog uno de los casos más célebres de rivalidad entre científicos: la pugna entre Edison y Tesla por conseguir la forma más eficaz de producir electricidad. La Guerra de las Corrientes llegó a cobrarse varias víctimas, incluyendo muchos animales (perros, caballos, terneros) electrocutados de manera intencionada para comprobar el buen funcionamiento de las nuevas instalaciones. Pero esta historia tan beligerante es tan sólo una de tantas, pues la lucha por ser el inventor más brillante y alcanzar la gloria ha sido una constante a lo largo de los siglos. Batallas de gallos, egotrip y competi que alimentaban a la bestia, incitándola a lograr los resultados más meritorios. Peleas de ingenio e inteligencia. Más o menos como las de Sálvame.
La carrera por conseguir la vacuna de la polio estuvo protagonizada por dos bioquímicos: Jonas Salk y Albert Sabin. La poliomielitis era una enfermedad muy temida a principios del siglo XX porque en ocasiones generaba parálisis permanente, dejando al enfermo discapacitado de por vida. El maldito virus atacaba el sistema nervioso central a través de la médula espinal y además era contagioso. Gracias a los esfuerzos de Salk y Sabin por llevarse el gato al agua, en los años 50 se consiguieron dos vacunas: la de Salk, inyectada, y la de Sabin, oral.

Las campañas de vacunación redujeron en un 99% el número de enfermos, y teniendo en cuenta que la polio no tiene cura, esta pequeña inyección fue vital para mantener el virus a raya. Por muchas patrañas que os cuenten no dejéis de vacunar a vuestros hijos, por favor. Basta ya de conspiranoia y desinformación.

Otra famosa rivalidad científica fue la de Isaac Newton y Robert Hooke. Se pelearon por la autoría de la ley de la gravitación universal. Hooke tenía una personalidad bastante irritante y esto más el hecho de que Newton ejerciera una mayor influencia sobre la comunidad científica (era presidente de la Royal Society de Londres) ayudó a desacreditarle y a aumentar su fama de insoportable. Obviamente aquí el perdedor fue Hooke, al que se le recuerda vagamente por haber sido el primer científico en ver células al microscopio. Como dato curioso os diré que eran células vegetales muertas de una muestra de corcho. Al parecer Newton también tuvo beef con el matemático alemán Gottfried Leibniz por el cálculo infinitesimal. Menudo broncas.
La historia de la ciencia está plagada de disputas de este tipo: Teller vs. Oppenheimer, los hermanos Wright vs. Langley, Graham Bell vs. Gray, el Instituto Pasteur vs. Robert Gallo (por el descubrimiento del VIH), la controversia de la fotografía 51 de Rosalind Franklin y el supuesto hallazgo de la doble hélice de ADN por Watson y Crick… En la actualidad la atención mediática se centra en torno a la autoría de técnica de edición genética CRISPR. La historia de esta revolucionaria herramienta se parece bastante a uno de esos culebrones venezolanos que veía con mi madre cuando era pequeña (y no tan pequeña).

Como habréis observado las batallas de egos científicos han sido sobre todo masculinas. Muchas mujeres fueron las responsables de descubrimientos atribuidos a sus maridos o colegas de laboratorio, pero de eso no se habla. Yo, si me tuviera que poner beligerante, lo haría para sacar a la luz todas estas miserias. Es que pelearse por la fama me parece un soberano aburrimiento.
Artículo publicado en El Lamonatorio para El Mono revista cultural (El Mono #61)

*Imagen de portada: Flickr.

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