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Especial WESTERN


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Fievel (pronunciado Faivel) era un ratoncito de origen ruso que hablaba en español latino y que se iba con su familia desde las cloacas de Nueva York hasta el salvaje Oeste en busca de una vida mejor. Por el camino, descubre el plan del maligno gato Gastón, que pretende hacer “hamburguesas de ratón” con todos los roedores que se encuentran viajando hacia tierras lejanas. Al pretender poner fin a las crueles intenciones del minino, acaba separándose de los suyos y vive mil aventuras. Esta película de dibujos animados producida por Spielberg cayó en mi poder cuando era una cría por razones que ya no recuerdo y mi TOC habitual hizo que la visionara una vez tras otra durante un largo periodo de tiempo (pudo ser un año, pudo ser un lustro). En una de las secuencias de la cinta Fievel se introducía en una bola corredora, gracias a la cual llegaba rodando a su destino mientras sonaba una canción que evocaba a cualquier banda sonora de spaghetti western compuesta por Ennio Morricone.

Las célebres bolas corredoras de los paisajes del Oeste americano en las que se desplazaba Fievel se conocen técnicamente como estepicursores, aunque en realidad poseen varios nombres comunes: plantas rodadoras, ontinas, nubes del desierto, bolas pancracias… Contrariamente a lo que pueda parecer, no pertenecen a una especie en concreto, sino a varias. En la península ibérica tenemos como ejemplos más conocidos a Salsola kali y a Eryngium campestre, muy distintas en sí. Tampoco se trata de plantas que no se encuentren nunca adheridas al sustrato, pues esto imposibilitaría su nutrición e hidratación a través de las raíces. El hecho de poder ser transportadas por el viento es una estrategia reproductiva que utilizan estas especies desérticas denominada anemocoria.

Las plantas necesitan esparcir sus semillas para multiplicarse y en determinadas ocasiones optan por esta metodología, que consiste en dispersar parte o todo el ejemplar una vez el individuo ha florecido y generado semillas. La táctica de dispersión más frecuente en las plantas, sin embargo, suele ser la zoocoria, estrategia en la que se sirven de animalillos que, atraídos por sus jugosos frutos o carnosas semillas, hacen las veces de transportadores de su simiente allá adonde vayan (o defequen, claro está). Menudas pájaras están hechas.

Los estepicursores (o como les dicen los anglófonos, “tumbleweeds”) suelen habitar lugares secos, llanos y ventosos, y más allá del arquetípico hábitat desértico estadounidense se encuentran en países tan diversos como Australia, Argentina, Chile, México, o Rusia. Precisamente, del gigante eslavo procedieron los primeros estepicursores que invadieron el Oeste americano, que originariamente llegaron a América con los colonos rusos a finales del siglo XIX. Estas plantas, como sus compatriotas humanos, también querían vivir el sueño americano, y nadie pudo ponerles barreras. Apuesto a que un muro de cemento tampoco habría podido con sus ganas de viajar y ver mundo.

Artículo publicado en El Lamonatorio para El Mono revista cultural (El Mono #60)

portada el mono #60

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